Evangeliz-Arte
"El camino de la
evangelización es la vía de la belleza y, por tanto, toda forma de belleza es
fuente de la catequesis".
(Directorio para la
catequesis 109)
"Las imágenes
del arte cristiano, cuando son auténticas, a través de una percepción sensible,
sugieren que el Señor está vivo, presente y operante en la Iglesia y en la
historia. Son, por tanto, un verdadero lenguaje de la fe." (DC 209)
"Ese repertorio iconográfico,
a pesar de la gran y legítima variedad de estilos, fue en el primer milenio un
tesoro común de la Iglesia indivisa y desempeñó un papel importante en la
evangelización, porque, mediante la mediación de los símbolos universales, tocó
los deseos y afectos más profundos que son capaces de llevar a cabo una
transformación interior."
(DC209)
EL CRISTO DE SAN
DAMIÁN
Un evangelio
iconográfico digno de destacar es el crucifijo de San Damián, un icono
que pintado poco después del 1100. Obra de un artista desconocido del
valle de la Umbría, se inspira en el estilo románico y en la iconografía
oriental. Quiere hacer visible lo invisible. Quiere adentrarnos, en el misterio
de Dios.
Es el
crucifijo más difundido del mundo. Un tesoro para la familia franciscana. A lo
largo de los siglos, muchos hermanos y hermanas se han postrado ante éste,
implorando luz para cumplir su misión en la Iglesia.
En primer lugar, es un
Cristo vivo, que mira, que habla e interpela a quién es capaz de contemplarlo
con ternura y amor.
Dirijámonos a él con las mismas palabras de Francisco:
"Sumo,
glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza
cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para cumplir tu santa
y verdadera Voluntad"
Mirándolo,
descubrimos la figura central: Cristo. Es el personaje más importante. Destaca
sobre el fondo: sólo Él, está repleto de luz. Resalta sobre los demás. Tras sus
brazos y sus pies, el color negro simboliza la tumba vacía. Su cuerpo irradia
claridad y viene a iluminarnos. Recordemos sus palabras: «Yo soy la luz del
mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, tendrá la luz de la vida»
(Jn 8,12).
Estamos
ante un Cristo inspirado en el evangelio de san Juan. Es el Cristo Luz, sin
tensiones ni dolor, está de pie sobre la Cruz. No pende de ella. Su cabeza no
está tocada con una corona de espinas; sino que lleva una corona de Gloria. Nos
hallamos al otro lado de la realidad histórica, de la corona de espinas que
existió algunas horas y de los sufrimientos que le valieron la corona de
Gloria.
Mirándole, pensamos en su muerte y sus dolores: la sangre, los clavos, la llaga
del costado; y, sin embargo, estamos allende la muerte. Contemplamos al Cristo
glorioso, viviente. ¿No nos recuerda que todos nuestros sufrimientos, un día,
serán transformados en gloria? Cristo denota también donación, abandono
confiado en el Padre. Dice en el evangelio de Juan: «Yo doy mi vida. Nadie me
la quita; Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos» (Jn
10,17-18; 15,13).
He aquí al Cristo que se entrega. Parece ofrecerse ¿No nos invita a
seguir sus huellas, a entregarnos nosotros también, a dar la propia vida? Es
también un Cristo que acoge al mundo.
Tiene sus brazos extendidos, como
queriendo abrazarlo. Sus manos están también abiertas hacia arriba,
invitándonos a mirar, más allá de nosotros, en dirección al cielo. ¿No están
abiertas también para ayudarnos, para sostener nuestros pasos y levantarnos
tras nuestras caídas?
"El camino de la
evangelización es la vía de la belleza y, por tanto, toda forma de belleza es
fuente de la catequesis".
(Directorio para la
catequesis 109)
"Las imágenes
del arte cristiano, cuando son auténticas, a través de una percepción sensible,
sugieren que el Señor está vivo, presente y operante en la Iglesia y en la
historia. Son, por tanto, un verdadero lenguaje de la fe." (DC 209)
"Ese repertorio iconográfico,
a pesar de la gran y legítima variedad de estilos, fue en el primer milenio un
tesoro común de la Iglesia indivisa y desempeñó un papel importante en la
evangelización, porque, mediante la mediación de los símbolos universales, tocó
los deseos y afectos más profundos que son capaces de llevar a cabo una
transformación interior."
(DC209)
EL CRISTO DE SAN
DAMIÁN
En primer lugar, es un Cristo vivo, que mira, que habla e interpela a quién es capaz de contemplarlo con ternura y amor.
Estamos
ante un Cristo inspirado en el evangelio de san Juan. Es el Cristo Luz, sin
tensiones ni dolor, está de pie sobre la Cruz. No pende de ella. Su cabeza no
está tocada con una corona de espinas; sino que lleva una corona de Gloria. Nos
hallamos al otro lado de la realidad histórica, de la corona de espinas que
existió algunas horas y de los sufrimientos que le valieron la corona de
Gloria.
He aquí al Cristo que se entrega. Parece ofrecerse ¿No nos invita a seguir sus huellas, a entregarnos nosotros también, a dar la propia vida? Es también un Cristo que acoge al mundo.
Tiene sus brazos extendidos, como
queriendo abrazarlo. Sus manos están también abiertas hacia arriba,
invitándonos a mirar, más allá de nosotros, en dirección al cielo. ¿No están
abiertas también para ayudarnos, para sostener nuestros pasos y levantarnos
tras nuestras caídas?
El
rostro de Cristo El rostro de Cristo es un rostro sereno, sosegado. En el mundo
de la Gloria, ya no hace falta la palabra. Basta con ver, con mirar, con amar.
Tiene los ojos muy abiertos. Miran a través nuestro a todos los hombres y
mujeres. Su mirada envuelve a quienes están cerca y le contemplan. Estamos ante
Cristo viviente, lleno de serenidad y de gloria.
La parte superior del
icono por encima de la cabeza de Cristo hay una inscripción sobre una línea
roja y otra negra, con las palabras: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos».
Este texto nos remite al evangelio de Juan. Los otros evangelistas dicen:
«Jesús, el Rey de los judíos». Nazareno es el recuerdo de la vida pobre,
escondida y laboriosa de Jesús. Jesús trabajó con sus manos. El que está en la gloria, el que
es toda Luz, pasó por la pobreza de Nazaret, por el trabajo humano.
Encima,
en el círculo, el Cristo de la Ascensión. Abandona el sepulcro, representado en
la oscuridad que cerca al círculo. Va hacia el Padre. El círculo, es símbolo de
perfección, de plenitud. Pero la perfección y plenitud humanas no pueden
abarcar a Cristo. Cristo rebasa toda plenitud. Por eso está su rostro por
encima del círculo. El semicírculo del ápice de la cruz Este círculo simboliza
al Padre.
El Padre,
conocido por lo que Cristo nos ha revelado de Él, sigue siendo, como dice
Francisco, el incognoscible, el insondable. Por eso vemos sólo un semicírculo,
la otra mitad, nadie la conoce. Es el misterio de Dios, incomprensible para
nosotros hoy.
En el
semicírculo, la mano del Padre que envía a su Hijo al mundo y, a la vez, lo
recibe en la gloria. Los brazos de la cruz Bajo cada mano y antebrazo de Cristo
hay dos ángeles. La sangre de las llagas se derrama por el brazo sobre los
personajes situados más abajo. Todos son salvados.
En los
extremos de los brazos de la cruz, dos personajes parecen llegar. Señalan con
la mano el sepulcro vacío, simbolizado por la oscuridad de detrás de los brazos
de Cristo: ¿No serán las mujeres que llegan al sepulcro y a quienes los dos ángeles
les muestran a Cristo Glorioso?
A los
lados de Cristo A la derecha de Cristo están María y Juan. Juan está al lado
mismo de Cristo, como en la Cena. María, grave el rostro, está serena: ningún
rastro exagerado de dolor; es la serenidad de la creyente que espera confiada al
pie de la cruz. Acerca su mano izquierda al mentón. Este gesto significa dolor,
asombro, reflexión. Con la mano derecha señala a Cristo. Juan hace el mismo
gesto y mira a María preguntándole el sentido de los hechos. ¿No entendió así
Francisco el cometido de María? ¿Y nosotros le reconocemos a María su verdadero
papel de enseñarnos a conocer a Cristo?
Al
flanco izquierdo de Cristo hay tres personajes: dos mujeres y un hombre. María
Magdalena y María, la madre de Santiago: las dos mujeres que llegaron primero
al sepulcro. Con la mano izquierda en el mentón, María Magdalena manifiesta su
dolor, en tanto que la otra María, le apunta con la mano a Jesús resucitado,
invitándola a no encerrarse en su sufrimiento. Junto a las dos mujeres, el
centurión romano que estuvo frente a Cristo y, dijo: Verdaderamente este hombre
era Hijo de Dios" (Mc 14,39). Es el modelo de todos los creyentes. Por
encima del hombro izquierdo del centurión romano, una cabeza pequeñita, y detrás,
como un eco, otras cabezas. ¿No será la multitud, todos los creyentes que
venimos a contemplar a Cristo para entrar en su misterio y reavivar nuestra fe?
A los pies de María, un soldado. Mira y sostiene en la mano la lanza que le
abrió el costado.
A los
pies de Cristo En el pie de la cruz, hay dos personajes: Pedro, con una llave,
y Pablo. La sangre de las llagas se difunde sobre ellos y los purifica. Sobre
Pedro, a media altura frente a la pierna izquierda de Cristo, un gallo en actitud
desafiante. Evoca la negación, la de Pedro y las nuestras. Es el símbolo,
igualmente, del alba nueva. Saluda con su canto los primeros rayos del sol y
nos invita a todos a salir del sueño para adentrarnos en la luz de Jesús
resucitado.
El
Cristo de San Damián, contiene una asombrosa densidad teológica. En él
encontramos la evocación del Misterio Trinitario y la plenitud de Cristo,
encarnado, muerto y resucitado. Unido a los suyos en el cielo por la Ascensión,
sigue permanentemente vuelto hacia nosotros. Su Misión es salvarnos a
todos.
Estamos
ante el Misterio Pascual total. Cristo no está solo sobre la cruz. Está en
medio de un pueblo, simbolizado en los personajes que lo rodean y atestiguan su
resurrección.
Hoy,
también, sigue vivo en medio de su Iglesia. Invita, a quienes le contemplamos,
a ser sus testigos.
(Texto recuperado de: https://www.castillodelmonoosorio.com/salones/imagenes_salones/documentos/cristo_st_damian.pdf)
Ante este ícono
Francisco pregunta y se pregunta a modo de discernimiento: "¿Señor, que
debo hacer?, te ofrezco a continuación esta pequeña reflexión para que te ayude
a contestarte esta pregunta que todos en algún momento de nuestra vida nos
hacemos.
LA
DEVOCIÓN AL NIÑO JESÚS
Desde los
comienzos del cristianismo encontramos obras que aluden al nacimiento de
Cristo, en las que su madre María, aparece recostada en el pesebre, amantando
al niño, o que, sentada mientras lo
muestra para la adoración de pastores y magos.
Algunas, con la presencia de la mula y el
buey, animales no mencionados en los evangelios, pero con un alto grado
simbólico porque el buey por ser animal de carga representa al pueblo judío que
ha cargado con el yugo de la ley, y la mula por ser considerado animal impuro
en representación de los pueblos no judíos y en este caso ambos pueblos
reconocen en el recién nacido al niño Dios como Salvador.
La
representación plástica de la devoción al Niño Jesús, como la maternidad de su
Madre Virgen, cobra popularidad en el siglo XII, con Francisco de Asís, que,
enamorado de Jesús, quiere contemplarlo en la vulnerabilidad de su humanidad,
en su abajamiento, despojo y pobreza, al recrear la imagen evangélica de su
nacimiento, en la ciudad de Greccio, un 25 de diciembre de 1223, con personajes
vivos para contemplar el misterio del Dios hecho hombre por amor al hombre, y
es traída a América por los misioneros franciscanos.
Francisco de
Asís, realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel
signo, supo reconocer que todo en su vida era un don gratuito del amor de Dios,
Él no sólo recibió los dones divinos, sino que también eligió entregarlos, por
lo que hoy, 800 años después, celebramos como Familia Franciscana esta
invitación a vivir según la lógica del amor acogido, que se convierte en
ofrenda y restitución.
De modo
particular, el pesebre es una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que
el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación, e implícitamente una
llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que
desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz.
Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y
hermanas más necesitados.
La devoción
al Niño Dios, relaciona este culto con el cuidado de los niños, la contención
de sus emociones infantiles, en el contexto familiar, por tanto rápidamente
proliferan las celebraciones destinadas a honrar al Niño Dios.
Se le
considera un mediador entre los hombres y Dios Padre. Su imagen infantil ofrece
una visión más cercana de la divinidad, su ternura, dulzura e inocencia invitan
a acercarse a él con confianza.
Los fanales
El fanal es
una pieza de origen colonial que consiste en una imagen tallada en madera
policromada que representa al Niño Dios, estas imágenes las encontramos en
diferentes posturas y, generalmente, acompañadas de pequeñas figurillas y
elementos ornamentales dispuestos sobre una base de madera.
El conjunto
está recubierto por una campana de vidrio soplado. Los fanales son objetos
complejos, ya que en ellos podemos advertir, a parte de la figura central, un
sinnúmero de elementos que otorgan una puesta en escena a la imagen del Niño
Dios.
En la
escuela Quiteña, se elaboraron en los siglos XVIII y XIX, de la que proceden la
mayoría de sus figuras, utilizadas como
piezas devocionales.
La cúpula
de vidrio, en el fanal, es de fecha
posterior, se importaba desde Francia y España durante el siglo XIX, junto con
los variados elementos y figurillas se iban incorporando a lo largo del tiempo.
Objetos de diversos materiales (piedra, cera, metales preciosos como el oro ola
plata, nácar o cerámica).
Así se
agregan flores que envuelven al Niño, joyas, crucifijos, medallas, estampas
coloreadas, pájaros de cristal de Murano, juguetes de porcelana, etc. que
refieren a prácticas íntimas y cotidianas con la imagen del Niño.
La cúpula
de vidrio, demás de proteger la figura del Niño Jesús, contribuye, a configurar
una especial división del espacio, "remarcando el adentro y el afuera,
claramente.
Nos indica que los dos espacios son diferentes en sus valores: uno sagrado
(adentro) y el otro profano (afuera).
Estas esculturas
contenidas en fanales, forman una unidad indisoluble junto a los elementos
ofrendados, producto de acciones votivas y devocionales, se las denomina:
figuras isabelinas: miniaturas de porcelana).
las imágenes del Niño Dios despertaron
en el nuevo mundo la piedad de grupos considerados socialmente inferiores:
mujeres, niños, esclavos, negros e indios.
Dentro de
la imaginería del Niño Jesús, existen diversas tipologías que prefiguran
aspectos de su vida o bien, muestran un aspecto más cotidiano y humanizado,
como el Niño de Belén, otras coronado como Rey, con los signos de la Pasión,
como Maestro, como Juez, etc., se lo representa recostado destacando su
humanidad, despiertos o dormidos, en pequeñas camas o cunas.
La primera
noticia del culto al Niño Dios en la ciudad de Córdoba del Tucumán, Argentina,
procede de la orden de la Compañía de Jesús. En 1600 se asienta en su iglesia
matriz la Cofradía urbana indígena bajo el patronazgo del Niño Jesús.
El
establecimiento de cofradías de indios, mulatos o negros bajo el patronazgo
del Niño en iglesias americanas era una práctica habitual de la orden.
Mediante la imagen de Cristo Niño la orden buscaba promover una identificación
empática de este grupo social, la imagen del divino infante por su fragilidad y
necesidad de amparo despertando un sentimiento piadoso en estos grupos.
La identificación
con la imagen del Niño, despertaba en las mujeres sentimientos de maternal
protección, en los niños la cercanía del Dios niño, en los negros, los esclavos
y los indios la humildad y desprotección y pobreza, que compartirían con el
hijo de Dios ya que había nacido pobre como ellos.
La
elaboración de fanales de tradición andaluza fue introducida en Córdoba a
partir de 1612 con la fundación del convento de Santa Catalina. Estas labores
eran parte de la formación de las monjas, como prácticas que buscaban
fortalecer la templanza y las virtudes del género en función de propiciar la
elevación espiritual mediante la vida en comunidad.
Un modelo
humano de divinidad que podían venerar cotidianamente en la clausura volcando
sus sentimientos maternales sublimados. Mientras que para las niñas educandas
esta imagen habría formado parte de su pedagogía en tanto modelo ejemplificador
de las conductas maternales y femeninas.
BIBLIOGRAFIA
http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-321249.html
El
rostro de Cristo El rostro de Cristo es un rostro sereno, sosegado. En el mundo
de la Gloria, ya no hace falta la palabra. Basta con ver, con mirar, con amar.
Tiene los ojos muy abiertos. Miran a través nuestro a todos los hombres y
mujeres. Su mirada envuelve a quienes están cerca y le contemplan. Estamos ante
Cristo viviente, lleno de serenidad y de gloria.
La parte superior del
icono por encima de la cabeza de Cristo hay una inscripción sobre una línea
roja y otra negra, con las palabras: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos».
Este texto nos remite al evangelio de Juan. Los otros evangelistas dicen:
«Jesús, el Rey de los judíos». Nazareno es el recuerdo de la vida pobre,
escondida y laboriosa de Jesús. Jesús trabajó con sus manos. El que está en la gloria, el que
es toda Luz, pasó por la pobreza de Nazaret, por el trabajo humano.
Encima,
en el círculo, el Cristo de la Ascensión. Abandona el sepulcro, representado en
la oscuridad que cerca al círculo. Va hacia el Padre. El círculo, es símbolo de
perfección, de plenitud. Pero la perfección y plenitud humanas no pueden
abarcar a Cristo. Cristo rebasa toda plenitud. Por eso está su rostro por
encima del círculo. El semicírculo del ápice de la cruz Este círculo simboliza
al Padre.
El Padre,
conocido por lo que Cristo nos ha revelado de Él, sigue siendo, como dice
Francisco, el incognoscible, el insondable. Por eso vemos sólo un semicírculo,
la otra mitad, nadie la conoce. Es el misterio de Dios, incomprensible para
nosotros hoy.
En el
semicírculo, la mano del Padre que envía a su Hijo al mundo y, a la vez, lo
recibe en la gloria. Los brazos de la cruz Bajo cada mano y antebrazo de Cristo
hay dos ángeles. La sangre de las llagas se derrama por el brazo sobre los
personajes situados más abajo. Todos son salvados.
En los extremos de los brazos de la cruz, dos personajes parecen llegar. Señalan con la mano el sepulcro vacío, simbolizado por la oscuridad de detrás de los brazos de Cristo: ¿No serán las mujeres que llegan al sepulcro y a quienes los dos ángeles les muestran a Cristo Glorioso?
Al
flanco izquierdo de Cristo hay tres personajes: dos mujeres y un hombre. María
Magdalena y María, la madre de Santiago: las dos mujeres que llegaron primero
al sepulcro. Con la mano izquierda en el mentón, María Magdalena manifiesta su
dolor, en tanto que la otra María, le apunta con la mano a Jesús resucitado,
invitándola a no encerrarse en su sufrimiento. Junto a las dos mujeres, el
centurión romano que estuvo frente a Cristo y, dijo: Verdaderamente este hombre
era Hijo de Dios" (Mc 14,39). Es el modelo de todos los creyentes. Por
encima del hombro izquierdo del centurión romano, una cabeza pequeñita, y detrás,
como un eco, otras cabezas. ¿No será la multitud, todos los creyentes que
venimos a contemplar a Cristo para entrar en su misterio y reavivar nuestra fe?
A los pies de María, un soldado. Mira y sostiene en la mano la lanza que le
abrió el costado.
El
Cristo de San Damián, contiene una asombrosa densidad teológica. En él
encontramos la evocación del Misterio Trinitario y la plenitud de Cristo,
encarnado, muerto y resucitado. Unido a los suyos en el cielo por la Ascensión,
sigue permanentemente vuelto hacia nosotros. Su Misión es salvarnos a
todos.
Estamos
ante el Misterio Pascual total. Cristo no está solo sobre la cruz. Está en
medio de un pueblo, simbolizado en los personajes que lo rodean y atestiguan su
resurrección.
Hoy,
también, sigue vivo en medio de su Iglesia. Invita, a quienes le contemplamos,
a ser sus testigos.
(Texto recuperado de: https://www.castillodelmonoosorio.com/salones/imagenes_salones/documentos/cristo_st_damian.pdf)
Ante este ícono
Francisco pregunta y se pregunta a modo de discernimiento: "¿Señor, que
debo hacer?, te ofrezco a continuación esta pequeña reflexión para que te ayude
a contestarte esta pregunta que todos en algún momento de nuestra vida nos
hacemos.
LA
DEVOCIÓN AL NIÑO JESÚS
Desde los
comienzos del cristianismo encontramos obras que aluden al nacimiento de
Cristo, en las que su madre María, aparece recostada en el pesebre, amantando
al niño, o que, sentada mientras lo
muestra para la adoración de pastores y magos.
Algunas, con la presencia de la mula y el
buey, animales no mencionados en los evangelios, pero con un alto grado
simbólico porque el buey por ser animal de carga representa al pueblo judío que
ha cargado con el yugo de la ley, y la mula por ser considerado animal impuro
en representación de los pueblos no judíos y en este caso ambos pueblos
reconocen en el recién nacido al niño Dios como Salvador.
La
representación plástica de la devoción al Niño Jesús, como la maternidad de su
Madre Virgen, cobra popularidad en el siglo XII, con Francisco de Asís, que,
enamorado de Jesús, quiere contemplarlo en la vulnerabilidad de su humanidad,
en su abajamiento, despojo y pobreza, al recrear la imagen evangélica de su
nacimiento, en la ciudad de Greccio, un 25 de diciembre de 1223, con personajes
vivos para contemplar el misterio del Dios hecho hombre por amor al hombre, y
es traída a América por los misioneros franciscanos.
Francisco de
Asís, realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel
signo, supo reconocer que todo en su vida era un don gratuito del amor de Dios,
Él no sólo recibió los dones divinos, sino que también eligió entregarlos, por
lo que hoy, 800 años después, celebramos como Familia Franciscana esta
invitación a vivir según la lógica del amor acogido, que se convierte en
ofrenda y restitución.
De modo
particular, el pesebre es una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que
el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación, e implícitamente una
llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que
desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz.
Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y
hermanas más necesitados.
La devoción
al Niño Dios, relaciona este culto con el cuidado de los niños, la contención
de sus emociones infantiles, en el contexto familiar, por tanto rápidamente
proliferan las celebraciones destinadas a honrar al Niño Dios.
Se le
considera un mediador entre los hombres y Dios Padre. Su imagen infantil ofrece
una visión más cercana de la divinidad, su ternura, dulzura e inocencia invitan
a acercarse a él con confianza.
Los fanales
El fanal es
una pieza de origen colonial que consiste en una imagen tallada en madera
policromada que representa al Niño Dios, estas imágenes las encontramos en
diferentes posturas y, generalmente, acompañadas de pequeñas figurillas y
elementos ornamentales dispuestos sobre una base de madera.
El conjunto
está recubierto por una campana de vidrio soplado. Los fanales son objetos
complejos, ya que en ellos podemos advertir, a parte de la figura central, un
sinnúmero de elementos que otorgan una puesta en escena a la imagen del Niño
Dios.
En la
escuela Quiteña, se elaboraron en los siglos XVIII y XIX, de la que proceden la
mayoría de sus figuras, utilizadas como
piezas devocionales.
La cúpula
de vidrio, en el fanal, es de fecha
posterior, se importaba desde Francia y España durante el siglo XIX, junto con
los variados elementos y figurillas se iban incorporando a lo largo del tiempo.
Objetos de diversos materiales (piedra, cera, metales preciosos como el oro ola
plata, nácar o cerámica).
Así se
agregan flores que envuelven al Niño, joyas, crucifijos, medallas, estampas
coloreadas, pájaros de cristal de Murano, juguetes de porcelana, etc. que
refieren a prácticas íntimas y cotidianas con la imagen del Niño.
La cúpula
de vidrio, demás de proteger la figura del Niño Jesús, contribuye, a configurar
una especial división del espacio, "remarcando el adentro y el afuera,
claramente.
Nos indica que los dos espacios son diferentes en sus valores: uno sagrado
(adentro) y el otro profano (afuera).
Estas esculturas
contenidas en fanales, forman una unidad indisoluble junto a los elementos
ofrendados, producto de acciones votivas y devocionales, se las denomina:
figuras isabelinas: miniaturas de porcelana).
las imágenes del Niño Dios despertaron
en el nuevo mundo la piedad de grupos considerados socialmente inferiores:
mujeres, niños, esclavos, negros e indios.
Dentro de
la imaginería del Niño Jesús, existen diversas tipologías que prefiguran
aspectos de su vida o bien, muestran un aspecto más cotidiano y humanizado,
como el Niño de Belén, otras coronado como Rey, con los signos de la Pasión,
como Maestro, como Juez, etc., se lo representa recostado destacando su
humanidad, despiertos o dormidos, en pequeñas camas o cunas.
La primera
noticia del culto al Niño Dios en la ciudad de Córdoba del Tucumán, Argentina,
procede de la orden de la Compañía de Jesús. En 1600 se asienta en su iglesia
matriz la Cofradía urbana indígena bajo el patronazgo del Niño Jesús.
El
establecimiento de cofradías de indios, mulatos o negros bajo el patronazgo
del Niño en iglesias americanas era una práctica habitual de la orden.
Mediante la imagen de Cristo Niño la orden buscaba promover una identificación
empática de este grupo social, la imagen del divino infante por su fragilidad y
necesidad de amparo despertando un sentimiento piadoso en estos grupos.
La identificación
con la imagen del Niño, despertaba en las mujeres sentimientos de maternal
protección, en los niños la cercanía del Dios niño, en los negros, los esclavos
y los indios la humildad y desprotección y pobreza, que compartirían con el
hijo de Dios ya que había nacido pobre como ellos.
La
elaboración de fanales de tradición andaluza fue introducida en Córdoba a
partir de 1612 con la fundación del convento de Santa Catalina. Estas labores
eran parte de la formación de las monjas, como prácticas que buscaban
fortalecer la templanza y las virtudes del género en función de propiciar la
elevación espiritual mediante la vida en comunidad.
Un modelo
humano de divinidad que podían venerar cotidianamente en la clausura volcando
sus sentimientos maternales sublimados. Mientras que para las niñas educandas
esta imagen habría formado parte de su pedagogía en tanto modelo ejemplificador
de las conductas maternales y femeninas.
BIBLIOGRAFIA
http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-321249.html